jueves, 6 de marzo de 2014

El shervani de seda



De vuelta al insomnio y este no tiene zapatillas de felpa, ni pijama de rayas.
Es un insomnio desnudo que desprecia la suavidad de las sabanas usadas, rehúsa sus pliegues amables, abomina de la cama y sus almohadas y se sienta a pasar la noche sobre el shervani de seda.
No hay tos de gripe, ni dolor de cabeza irreverente, ni memorias de serrín, ni vuelan aguiluchos de las ganas, no hay siquiera un intento de suicidio para poder decir: estoy despierto para matar el tiempo. 
No, no hay vació existencial, ni hambre de pomelos a destiempo. No hay sed,
no hay ruidos, no hay frío, no hay nada que leer, ni facturas por pagar mañana mismo, ni siquiera un poema a pie de dedos que reclame fijarse en un papel para mi historia. 
La noche, aún, no está bien hecha, pero ya no hay libros por ordenar ni quedan por contar quemazones de la lluvia bajo el techo. No hay polvo en los estantes que espantar, ni velas encendidas, ni sahumerios de incienso inspiradores. 
Ícaro no vuela y Kavafis ha dejado de vagar por Alexandria. Eso es todo.
Acaso un vago miedo que se esconde, sin más, en los ribetes del shervani de seda. Sigo despierto buscando el sueño en un vaso de agua que no ahoga.

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