martes, 4 de marzo de 2014

Verdicio


Hace tanto ya,
de los días del yodo
en los cuerpos sembrados de firmes primaveras.
Los tiempos  aún no estaban del todo proyectados
bastaba decir un nombre para dibujar la hora siguiente
o silbar en los oídos, camelando, un adverbio de modo: 
mejor, peor, igual, bien, como, cual…
Eran los veranos pequeños retazos de sueño
un poco más allá del privilegio,
en las playas al norte
donde la arena es sal en vuelo
y en la mar, eterna pitonisa de aguas frías,
juegan las algas a devorar los muslos
tumbados con razón, a su orilla misma.
Eran pasos conscientes
sobre alfombras de helechos y eucaliptos
bordeando
sendas retorcidas,
al limite justo, de los acantilados más altos que mis ojos han visto.
Eran días del yodo
sobre la piel desnuda,
desordenado el pelo,
la mirada a la vista
dispuesta a dibujar el misterio, la belleza y sus brumas. 

Es fácil llegar al paraíso
antes de que los sueños 
se transformen en magia derruida,
en ese vago miedo
a no recordar, ya nunca más,
los días del yodo
a que se pierdan por siempre
entre estos decorados de trigos y cartón piedra
tan lejanos,
tan poco míos.

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